Misericordia
Darío Duarte, hijo de uruguayos, es un dramaturgo que a sus 45 años se enfrenta a su primer estreno en la Sala Grande del Teatro María Guerrero. Cuando hace un curso con el también uruguayo Sergio Blanco, este le recomienda que escriba sobre el acontecimiento más relevante de su infancia. En 1983, el gobierno socialista de Felipe González fletó un avión para que casi doscientos hijos de exiliados y presos políticos uruguayos viajaran a su país para pasar la Nochevieja con sus familias. Darío, con solo cuatro años, estuvo en ese avión y visitó a su padre en la cárcel. El problema es que no recuerda nada.
Ahora Darío vive en Madrid con sus dos hermanas. Delmira halla refugio en la kábala judía y, como psicoanalista, ensaya un novedoso método que integra los principios lacanianos con el árbol de la vida. Dunia se evade de la realidad diseñando su propio videojuego, a la vez que va por la vida disfrazada de su personaje favorito: Yuna en “Final Fantasy X”. Este entorno de familia disfuncional traumatizada por el exilio no está ayudando a Darío. Él busca apoyo en su mejor amigo Dante. Este también es un dramaturgo brillante, pero abrumado por la frustración que le provoca el medio profesional, ha renunciado al teatro a cambio de la Psiconeuroinmunología y está obsesionado por recuperar un modo de vida ancestral.
Sergio Blanco insiste a Darío en que hable con Denise Despeyroux; ella también estuvo en el viaje de los niños y podrá ayudarle. Pero Denise escribe comedias con pretensiones filosóficas en las que para colmo se llora. Además, está pasada de moda y no estrena en salas grandes. Darío Duarte se resiste a hablar con una dramaturga que considera más bien una promesa incumplida.
“Me resulta difícil abrirme camino entre la cantidad de emociones que ha venido a despertar este trabajo, muchas más de las esperadas. Quiero empezar dando las gracias. Esta obra existe en parte con independencia de mi voluntad, porque alguien me dio la oportunidad, casi en contra de mí misma, de empezar desde cero una nueva historia, con todo el riesgo que eso supone. Gracias por correr ese riesgo conmigo.
Esta vez no tuve más remedio que ir hasta las raíces: visitar la perplejidad y la confusión del pasado desde la frustración del presente y la incertidumbre del futuro. Dar lugar a todas las emociones, por muy temibles que pudieran volverse. No he querido refugiarme en la autoficción, sino retorcer sus límites; convertirme en un personaje secundario en mi propia obra. La trampa está –por supuesto, siempre está la trampa– en que ese personaje ayuda a Darío Duarte a recordar el acontecimiento más importante de su infancia, dándole así la clave para escribir su propia obra.
Al principio, yo no iba a aparecer; sin embargo, me volví incómodamente necesaria. Se me hizo evidente que la única manera de seguir escribiendo era exponer mi propia frustración y mi propio exilio en la obra. Era eso o dejarlo correr. Finalmente, hay una escena con esa parte de mí que teme y lo deja correr, pero también aparece esa otra parte que se expone y que se atreve a todo. Aparece a través de Darío, de Delmira, de Dunia, de Dante y, cómo no, a través de esa niña que a sus nueve años emprendió un viaje de regreso que todavía no ha terminado”. DENISE DESPEYROUX